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Derviches (en turco, procedente del persa darvēsh, 'mendigo').

 

Los derviches son unos especiales místicos musulmanes (la mística árabe es conocida como sufí) por sus prácticas inusuales, en concreto una danza sagrada consistente en girar (a veces durante horas) hasta llegar al trance, a la unión con la divinidad, a la fusión con el todo. Al girar simbolizan las órbitas de los astros, repitiendo así, “viviendo” los movimientos de los “habitantes” del cielo, practican así la vieja magia simpática por un lado conocida desde los tiempos inmemoriales de la humanidad, y por otro ejercitan el poder de la danza sagrada que es una de las bases de la visión chamánica de la vida, la primigenia religión humana. Su doctrina, si así puede llamarse a cualquier mística, está basada en el respeto, la tolerancia y el amor. Y en esto sí coinciden con la rama mística de cualquier visión espiritual, que es al mismo tiempo lo que a veces la separa del cuerpo religioso al que en teoría pertenece. El movimiento es la esencia de la vida, es su constante. Desde los átomos a los planetas pasando por la propia vida humana y sus circunstancias. Y ese movimiento suele ser circular, no sólo por la tendencia a completar ciclos sino por su tendencia a lo entero. Por eso si se quiere participar de la energía universal uno de los métodos es girando. Los derviches usan además el giro de su danza como una forma de meditación en movimiento. Su origen, hace unos siete siglos, unos lo localizan en la ciudad turca de Konya, con la fundación de una orden o grupo de danzantes por Mevlana un gran filósofo y poeta místico del siglo XIII. En esta ciudad se celebra cada año un festival derviche, donde acuden unos 30000 fieles. Llegan a girar a gran velocidad, de 20 a 30 giros por minuto. El secreto de realizar tantos giros sin problemas (sin marearse por ejemplo) está en la figura del Dedé, el maestro, que supervisa a los derviches para conseguir dar vueltas sincronizadas. Una mano alzada hacia el cielo y la otra vuelta hacia la tierra. Los derviches actúan como auténticos ejes, canalizadores de un flujo de energía desde ellos hacia el universo y del universo hacia ellos. Sus trajes blancos simbolizan la mortaja, es decir el misterio de la muerte y por tanto de la resurrección. La túnica negra es el complemento (energía femenina y masculina presentes por tanto), el mundo material, la materialización de la vida. Se tienen en cuenta cuatro estadios, estaciones, elementos. Un maestro que simboliza al sol. Unos derviches que alcanzan el éxtasis con su danza y se cuenta que hasta algún que otro espectador podría participar de él por el estado hipnótico que puede alcanzarse. El ritual comienza con la recitación del corán. Luego un coro entona la Faitha. Los versos persas del gran místico y poeta sufí Rûmi no son, generalmente, recitados en lecturas públicas por la supuesta incapacidad de los oyentes para entenderlos. Un signo del jefe de la cofradía marca el ritmo del rito, los derviches se levantan y se acercan a él. Se quitan el manto negro y aparecen con el vestido blanco debajo. Se colocan en el centro del círculo y comienzan a girar lentamente. El ritmo va cambiando con una aceleración cada vez más rápida, pero muy poco a poco. Es necesaria una gran concentración y control tras un largo aprendizaje de los pasos y el equilibrio. Por ello no pueden participar de la danza los impulsivos y los exaltados. Hay dos pausas instrumentales que sirven para que descanse el coro y los danzantes, pero esas interrupciones están calculadas para propiciar la meditación y evitar la exaltación. El rito puede continuar durante mucho tiempo y termina con una señal de jefe. Los derviches vuelven a ponerse su manto negro y sigue otra recitación del corán.

 

 
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